Por María Juliana González Martínez
Ápice Yoga y Meditación
Si hay algo común en nuestros procesos de crianza, es que desde niños nuestros padres y profesores insisten en que debemos poner atención a lo que hacemos, y suele ser una de las frecuentes batallas los primeros años de vida. Pese a tanta insistencia entendemos finalmente que debemos poner atención, pero casi nunca o pocas veces nos enseñan cómo hacerlo.
Con el pasar de los años enfocamos nuestra atención en nuestro proyecto de vida, y en aras de cumplirlo vamos aprendiendo y poniendo en práctica diferentes labores que poco a poco van satisfaciendo algunas de nuestras expectativas personales, profesionales, y económicas.
En la medida que nuestras experiencias de vida van tomando forma y empezamos a identificarnos con ciertas actividades más que otras, vamos afianzando la marca de nuestro quehacer creando al mismo tiempo hábitos que apalancan el cumplimiento de nuevos objetivos y con ello nuevas ilusiones. Proyectos como emprender nuevos estudios, cambiar de trabajo, viajar, comprar casa propia, cambiar el carro, formar una familia, aprender nuevos idiomas, entre otros son los objetivos más frecuentes que encuentro comunes entre mis allegados.
Y aunque todos estos proyectos parecen marcar la ruta de una vida feliz, he observado desde mi propia experiencia que muchos de esos objetivos sin bien trajeron momentos de felicidad no me hacían sentir en pleno bienestar. Tuve momentos donde en medio de un buen trabajo, una familia amorosa, un apartamento cómodo, grandes amigos y muchos lugares recorridos no me sentía completa. Recuerdo bastante que mis mejores días se daban cuando a las 5 a.m nadaba por una hora en una piscina bajo techo con calefacción en medio de una mañana fría. Esos días por alguna razón que no entendía del todo tenían algo especial, que yo llamaba energía.
Y aunque no entendía porque existía ese sinsabor cuando se suponía que lo tenía todo, sí era consciente que mis días transcurrían entre una actividad y otra, trabajando, estudiando, planeando viajes o reuniones, encuentros familiares, y todas la actividades propias de una vida normal como hacer mercado, citas médicas, vueltas en bancos, peluquería, aseo, etc. Todas estas actividades enmarcadas en rutinas diarias parecidas y con ellas creencias, juicios, paradigmas, formas de pensar, y en general una forma particular de ver el mundo y percibir la realidad.
Hace siete años llegó a mi vida un libro y con el libro una práctica diaria que me enseñaba cómo poner atención al momento presente. Tarea aparentemente fácil hasta que intenté sentarme en silencio y notar mi respiración por diez minutos. Durante este corto tiempo mi mente no paraba de saltar entre pensamiento y pensamiento, la frustración llegaba cada vez que recordaba que mi atención estaba en todos lados menos en mi respiración, y el tiempo parecía no correr. Pese a este momento que se repitió varios días y aún a veces se repite, mi motivación siguió intacta pues algo me decía que allí encontraría lo que faltaba.
Hoy después de más de mil horas (que pareciera mucho, pero al lado de las horas vividas no son nada) dedicadas a la observación de mi respiración, a la percepción de mi cuerpo, sensaciones, y pensamientos, he descubierto no solo la importancia de poner atención a lo que hago sino también a lo que soy. He descubierto la importancia de hacer menos y ser más, de cuidar de mí regalándome momentos de silencio, de pausa, momentos de respiración consciente, de movimiento sin expectativa, de contemplaciones, de observación, y de escucha sin juicio y sin un aparente propósito.
El arte de hacer menos se convirtió en el momento donde me conectaba a diario conmigo misma, donde por un momento dejaba a un lado cualquier quehacer que con seguridad podía esperar, donde elegía estar conmigo sobre cualquier otra cosa, donde resistía al impulso de seguir haciendo y produciendo con un fin, donde estar conmigo era suficiente. A través de este hermoso proceso que ha demandado paciencia y constancia descubrí respuestas a muchas preguntas, ideas que no se me habían ocurrido, nació en mi la confianza y la fuerza que ningún éxito antes había traído.
Con la práctica poco a poco empecé a entender que también era viable practicar el arte de hacer menos mientras llevaba a cabo cada actividad de mi día a día. Solo bastaba estar presente sin juicios y expectativas, con menos reacciones y emociones libreteadas de lo que lo años atrás habían dejado, solo era aceptar la experiencia tal y como sucedía.
Fue así como no solo desde la quietud sino también a través del movimiento de mi cuerpo al ritmo de cada inhalación y de cada exhalación fui descubriendo infinidad de posibilidades que antes no reconocía, fui descubriendo la belleza de mucho de lo que me había rodeado y no veía, como por ejemplo aquel guayacán rosa florecido frente a mi ventana que iluminaba en medio de una calle citadina.
A través de la práctica de este arte también descubrí que esas charlas con aquellos que se cruzaban venían llenas de ideas valiosas, momentos mágicos, aprendizajes, sonrisas, apoyo, y en general estaban llenas de conexión invaluable.
Mientras aprendía el arte de hacer menos comprendí que esos sesenta minutos de natación que tanto habían significado para mí años atrás, representaban un momento de conexión plena donde la escucha repetida del mantra delsonido del agua y mi respiración en medio de burbujas era lo que neutralizaba esos días llenos de afanes, trabajos, expectativas, y planes.
En medio de este aprendizaje continuo, infinito y apasionante empiezan a asomar a la superficie de mi mente aquellas expectativas, creencias y juicios que muchas veces marcan cada una de mis experiencias y se convierten en uno de los principales obstáculos para poner atención y relacionarme de una manera más ligera con la realidad. El arte de hacer menos indudablemente me ha enseñado a conectarme mejor con estos huéspedes de mi mente que, aunque son renuentes a irse cada vez su presencia significa menos.
Hoy después de vivir esta experiencia he aprendido que lo que le faltaba a mis días no lo encuentro afuera, solo dentro de mí; y que una vida de verdadero bienestar tiene implícito la palabra balance y con ello una responsabilidad solo mía de mantener en equilibro mi vida.
Testigo del mundo agitado que nos tocó vivir, del mundo que corre a pasos agigantados y te bombardea para hacer, hacer y hacer porque nunca es suficiente, te invito a que te regales momentos de pausa, de silencio y de experiencias con menos expectativas, juicios y creencias. El arte de hacer menos es resistir a un quehacer sin fin que no puede llenar lo simple de la naturaleza humana.
Una vez te atrevas a dar el paso de aprender el arte de hacer menos, te enfrentarás sin duda a un nuevo compromiso que, aunque parezca que le agrega peso a una mochila ya llena y a punto de romperse, solo con el tiempo entenderás que valió la pena ya que en esa mochila te atreviste a poner algo mágico que poco a poco le fue quitando peso a esa mochila que llevabas.
No temas, arriésgate y aprende a dominar el arte de hacer menos.
Si te interesa profundizar en este arte de hacer menos, te invitamos a inscribirte en nuestra sesiones virtuales de Yoga, todos los martes y jueves 6:30 am. Más información aquí .
María Juliana González Martínez
Maestra de Yoga y Meditación
Fundadora Ápice Yoga y Meditación
@apiceyogaymeditacion
Deja una respuesta