Vivir en un pueblo es:
Despertar rodeada de cantos de pájaros, insectos y gallinas. Caminar la tierra en alpargatas arrullada por la brisa que mueve los árboles, Seguirle el ritmo al sol y al viento para definir las actividades del día; si llevar sombrero o ruana o qué tan larga será la ruta de caminar.
Vivir en un pueblo es elegir los bananos y las espinacas criollas en lugar de las bogotanas, comprar el café que se cultivó en la vereda vecina, pedir prestadas las canastas para llevar el mercado de la plaza a la casa que queda a 2 cuadras o a 6 o a no más de 10.
Reunirse a comer frijolada, mote de queso, millo con pepino, o algún otro plato que se hizo con la cosecha de la temporada. Cocinar cada día para reconocerte en los alimentos, para conectar con el suelo y con el cielo, para agradecer por la fortuna de alimentarte directamente de la tierra que habitas. Encontrar una sonrisa en cada esquina, detrás de cada puerta, atravesando cada camino. Ofrecer una de vuelta. Intercambiar saludos. Compartir energía.
Vivir en un pueblo es descubrirse siendo parte de la inmensidad del paisaje, siendo la calma de la montaña y la fuerza del río. Recibir la luz del sol y las estrellas cuando el cielo se despeja. Soñar durmiendo, soñar despierto, soñar mucho y ver cómo se manifiesta eso que tanto se sueña.
Alegrarse con la lluvia, cuidar el jardín según la fase de la luna, iniciar el día con el amanecer y contemplar la vida en cada atardecer. Reconectar con la tierra, las raíces, el cielo y la humanidad. Olvidar la ropa apretada y los zapatos altos, para incluir la comodidad y frescura en cada prenda. Pensarlo dos veces antes de comprar productos que vengan en plásticos, y hacer compost como rutina diaria.
Vivir en un pueblo es vivir la vida como está hecha para ser vivida: sin miedos al mañana, disfrutando del ahora, escuchando la voz interior, sintiendo el ser, aprendiendo a amar, descubriendo la fuerza que se lleva dentro y el amor que se es y que siempre se ha sido. Llenarse con los sonidos de la naturaleza, nutrirse con el olor del campo. Crecer con cada rayo de sol que ilumina la vida ahora más que siempre.
Vivir en un pueblo es conocer el mundo como no lo conocías, conocer la vida, conocerte a ti en medio del silencio portador de respuestas que encuentras en la vida de pueblo.
Casa Maestra Barichara abre sus puertas para que vengan a vivir unos días de esta vida de pueblo. En este lugar mágico ubicado entre la Serranía de los Yariguíes y el Cañón del Chicamocha, en Santander, Colombia. Y conectar con la tierra, conectar con la divinidad, conectar contigo. Conoce más de la casa aquí.
Vanessa Martínez
Co-Fundadora
CASA MAESTRA
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